Sobre mí




Hace años que escribo, en lugares secretos, en diarios diminutos que circulaban por las habitaciones, de colores diversos, con hojas de diferentes texturas, recuerdo hasta los que tenía de niña, de adolescente, con páginas garabateadas, subrayadas, dibujadas y pintadas.  Probaba letras, las hacía curvas cuando la vida era curva y aparecían rectas cuando todo parecía ser monótono y sin movimiento. No tengo consciencia de que leyeran lo que salía de mis manos, sólo yo era la interlocutora de esas palabras, y a mí con eso me bastaba. El placer rodeaba a ese momento de creación a través de las palabras, era un ritual, coger el boli, elegir el que se ajustaba a la ocasión, la música apropiada para ese momento, las pinturas que también tendrían espacio en esos folios, hojas, papeles.

Luego vinieron ya los trabajos mostrados, los relatos para la universidad, las crónicas que tenía que "vender" a mis profesores para que me sonrieran al terminar el último punto.  Taller de expresión I, la asignatura que me hizo conectar nuevamente con la escritura y con lo que a mí ella me daba y me transportaba.  Folios y folios que se llenaban de letras "tipeadas" por mi primera máquina de escribir, y tanta felicidad que salían hasta de las palabras tristes. Al mismo tiempo la lectura, la necesidad de devorar cada libro que caía en mis manos, de pasear con ellos abiertos por las amplias avenidas de mi ciudad. Ah! Nací en Buenos Aires, en un mes de otoño que traía lluvias y cada día mas manchas de humedad al departamento en el que vivíamos.  Crecí en medio de la jungla y un día nos separamos un poco más de ese centro y pasamos a vivir en la periferia de la jungla, que muy parecidas eran entre sí.  Taller de Expresión estaba en mi carrera de Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires.  Quería convertirme en una periodista que mandara a callar a toda la hipocresía de muchas clases: la dirigente, la alta, la acomodada, la burguesa, la que no se ponía en el lugar de los otros. Todo este gusto por la palabra se transformó en palabra hablada y comencé mis clases de teatro.  Allí encontré un oasis en la selva, algo que no existe pero existía en mí.  La expresión a través del teatro me hizo viajar tanto como las palabras escritas, y reí, lloré, grité y puteé a todo al que se convirtiera en un buen compañero para esas escenas.  El teatro me unió al mundo del cual a veces me quería desunir.

Con el estreno de mis dos décadas en esta vida habitaba ese mundo, el universitario y el teatral, y me quedé atrapada en ellos hasta que volé a la península que se visualizaba al otro lado del océano, esa a la que llamábamos la madre patria.  Mi cuarto de siglo comenzó en las calles de Madrid y ya a partir de ese momento el teatro, solamente, fue el que siguió habitando mi vida.  Estudié con grandes maestros como Augusto Fernández, Fernando Piernas, Juan Carlos Corazza, de los cuales aprendí que el teatro es VIDA, VIDA CONCENTRADA, como siempre me recordó un gran amigo de la vida.  Y Madrid me llenó de vida, de la no tan sana, de la que se consume en las noches y se termina al comenzar el amanecer.  Hasta que en un momento comenzó la remontada, como si fuera una pequeña niña que busca su luz un día llamé a la puerta de los que me querían y me quieren y ahí deposité mis huesos cansados.  Esta vez lloré, grité, pataleé, puteé, salieron culebras de mi boca, pero no era el escenario de un teatro el que me albergaba, en todo caso era la habitación en la que intentaba dormir cada noche.

Comencé mi terapia gestáltica con una gran profesional y amiga hoy en día.  Continúe con mis clases de teatro y sentí que la combinación de terapia con teatro era una fórmula que me estaba dando los nutrientes necesarios para seguir esperanzada en amar la vida.

Tras varios años de esta combinación me sentí con las fuerzas suficientes para transmitir mi experiencia y así poder acompañar a almas con llamitas pequeñas en sus pechos que querían que se conviertan en grandes y transiten todo su cuerpo.  Comencé a dar clases de teatro para personas que querían dedicarse a la actuación, para niños, para adultos que necesitaban un espacio de expansión de sus lados creativos, en colegios y centros culturales.

Ya en ese camino me reencuentro con el Movimiento Expresivo y comienzo la formación en Proceso Corporal Integrativo, donde comienzo a tener mucho interés en la transformación de las personas en grupos que concentran una energía vital que los enaltece, que los sostiene, que los apoya.  En esas estoy, descubriendo con cada grupo que formo, la importancia de estos rituales perdidos en el tiempo en los cuales nos escuchamos, nos conectamos, nos hacemos cargo de lo que nos pasa, de lo que hacemos y lo que no hacemos, y siempre desde un lado de consciencia en los tres planos, mental, emocional y corporal.

El camino de la escritura que se había perdido hace añares en las aulas de la universidad, o en lugares perdidos de las habitaciones que transitaba con mis maletas, lo vuelvo a retomar aquí y ahora, desde estos casi 40 años que me albergan, desde esta experiencia de vida que me llevó por senderos oscuros e iluminados, desde la madre que transito cada día con el despertar de mi hijo, hoy, aquí y ahora escribo.

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